Cuando la primera ministra de Francia, Elisabeth Borne, se subió el jueves al atril de la Asamblea Nacional gala lo hizo consciente de que iba a añadir un nuevo factor de tensión política, al forzar la aprobación de la controvertida reforma de las pensiones. Su imagen ha quedado asociada indisolublemente en estas últimas semanas a uno de los grandes proyectos del presidente, Emmanuel Macron, a costa de su propia popularidad.
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